Las sociedades van avanzando y cambiando. Esto es un proceso inexorable. Si de forma sistemática pretendemos juzgar con los ojos de hoy lo que ocurrió hace muchos años nos pondremos en una situación complicada donde todo es cuestionable y revisable, y además dejamos justificados que quienes vengan en años venideros puedan hacer lo mismo con lo que está ocurriendo ahora.
Damnatio memoriae es una locución latina que significa «condena de la memoria». Era una práctica de la antigua Roma consistente en condenar el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Cuando el Senado romano decretaba oficialmente la damnatio memoriae, se procedía a eliminar todo cuanto hiciera referencia al condenado: imágenes, inscripciones, monumentos y hasta se llegaba a la prohibición de usar su nombre. Algunos portadores del cetro de emperador también fueron afectados por esta práctica.
Cuando fallecía el emperador en Roma el Senado hacia balance del reinado romano. Se convocaba una sesión y decidía en ella si el gobernante recién fallecido se elevaba al rango de dios y había que rendirle culto público. El Senado decidía si se permitía su culto dentro de su familia como era habitual el culto a los antepasados o, en caso que el emperador hubiere sido impopular o poco querido por sus súbditos (a veces eran los sucesores a quienes interesaba mancillar al predecesor por cuestiones políticas) decretaba la damnatio memoriae y el nombre del perjudicado desaparecía de monumentos, esculturas, pinturas, monedas etc., acto denominado abolitio nominis (borrar su nombre de las inscripciones).
Muchas estatuas fueron entonces destruidas junto a toda representación del perjudicado, sus leyes podían ser derogadas. Ciertos emperadores recibieron, tras su muerte, la damnatio memoriae casi por aclamación popular unánime pero sin aprobación oficial del Senado romano, como sucedió con Calígula y sus familiares directos. Otros tres emperadores romanos sufrieron de modo oficial la damnatio memoriae: Domiciano, Publio Septimio Geta y Maximiano. Esta práctica podía extenderse a personas que nunca habían adquirido la dignidad de emperador pero habían sido condenadas por crímenes odiosos como la traición y lesa majestad. Este fue el caso de Sejano, cortesano favorito de Tiberio, que luego fue acusado de liderar un amplio complot contra su soberano.
Si por el contrario el Senado decidía deificar al emperador fallecido se producía la Apoteosis y el emperador recibía cultos y reconocimientos porque estaba ascendiendo al cielo de los dioses.
Es cuestionable la efectividad de la damnatio memoriae. Resultaba muy difícil hacer desaparecer la huella de un emperador y hoy día se obtiene abundante información de muchos de los afectados por este ritual, más orientado a impresionar al pueblo de Roma que a ser eficaz en su finalidad.
En el caso egipcio, borrar el nombre de un muerto resultaba una agresión especialmente dañina, al perjudicar la estancia del difunto en el país de los muertos tras el Juicio de Osiris. Pero eran maneras de hacer “ajustes” históricos y saldar viejas deudas. Los testimonios de la Reina faraón Hatshepsut (ca. 1490–1468 a. C.) fueron sistemáticamente borrados, tras su fallecimiento, por su sobrino y sucesor Tutmosis III debido a la presunta usurpación del trono por parte de Hatshepsut.
Eróstrato el pastor incendió el Templo de Artemisa en 356 a. C. para convertirse en personaje famoso, los gobernantes de Éfeso procuraron desalentar de cara al futuro semejantes actos y por ello decretaron que el nombre de Eróstrato fuera borrado de todo recuerdo humano y que jamás debía ser mencionado, ni registrado en documento alguno, bajo pena de muerte.
En 897, el papa Esteban VI aplica la damnatio memoriae a su antecesor, el papa Formoso durante el denominado Concilio Cadavérico o Sínodo del Terror. El cadáver del papa Formoso fue desenterrado, vestido con los ropajes clericales y sometidos a un juicio, en el que fue declarado culpable de varios delitos. Como resultado, sus decretos y ordenaciones fueron declaradas inválidas, los tres dedos de su mano con los que impartía la bendición fueron cortados y su cadáver arrojado al Tíber, decretando Esteban VI que Formoso debía ser considerado como si jamás hubiera ejercido el pontificado.
En la Unión Soviética, entre 1934 y 1953 el régimen de Stalin practicó la damnatio memoriae contra sus enemigos políticos, prohibiendo bajo severas penas toda mención de sus nombres y eliminando éstos de la prensa, libros, registros históricos y documentos de archivo. Tal medida incluía a los escritos de tales personajes, los cuales eran sacados de la circulación y destruidos. Incluso las fotografías oficiales resultaban retocadas por la censura del régimen para eliminar de allí a los “personajes incorrectos”. Víctimas de esta práctica fueron León Trotsky, Nikolái Bujarin, Grigori Zinóviev y muchos otros líderes políticos que en alguna ocasión cayeron en desgracia ante Stalin.
En Argentina en 1955 tras el golpe de estado contra Juan Perón, el régimen posterior prohibió que se mencionase públicamente el nombre del presidente constitucional derrocado, de modo verbal o por escrito. Los edificios públicos y demás lugares nombrados en homenaje a Perón y de su esposa Eva Perón fueron cambiados de denominación. Juan Perón no era mencionado por su nombre en escritos oficiales, sino con la denominación de “el Tirano Depuesto”.
También en épocas más recientes, por ejemplo, los nombres de Hosni Mubarak y de su esposa Suzanne, tras ser derrocado por la Revolución egipcia de 2011, fueron eliminados de lugares públicos, como calles, parques, edificios o instalaciones de cualquier clase.
En febrero de 2013, la página web de la Casa Real Española añadió una entrada en el archivo robots.txt, que incluía el apellido de Iñaki Urdangarin. Eliminando con la sintaxis de este archivo los resultados de búsquedas realizadas en esa página por Google y que incluyan esta palabra. Y una sentencia de lo Contencioso Administrativo de Salamanca de 2017, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, obliga al Ayuntamiento a borrar el rostro de Francisco Franco de un mural pintado en una de las paredes del salón de plenos.
Estos son algunos ejemplos de damnatio memoriae que pudieron trascender su propósito y lo que nos hace dudar de la eficacia de estas medidas. La mejor enseñanza de la historia es que esté abierta, que sea transparente y que sirva para educar a las generaciones venideras. Al final, en la historia somos productos de nuestros aciertos y errores. Vamos a mostrarlos todos y a explicarlos y no ocultarlos.